Los cangrejos son unos de los animales con los que Diego ha disfrutado más. Me refiero a los cangrejos de mar, porque los de río los conoce menos.
Cuando empezamos a ir a La Coruña y descubrió un dique en el puerto de Santa Cruz, donde era relativamente fácil capturarlos, se volvió loco de alegría. Quería ir a todas horas pero sobre todo por la noche, cuando es más fácil cogerlos. Bueno fácil para él que se hizo un auténtico especialista, porque los cangrejos son listísimos y saben esconderse enseguida y en los sitios en que es más difícil dar con ellos.
A la mínima sospecha de peligro se esconden en grietas de la roca o bien se tiran al agua y ahí sí que es imposible su captura. Pero Diego se las ingenió para cogerlos primero a mano, a base de acercarse muy despacito adonde estaba el cangrejo para intentar sorprenderle con un rápido movimiento. Y luego se hizo con una red al final de un palo con la cual le resultaba más fácil su captura después de la cual los depositaba en un cubito con agua de mar.
Una vez que los tenía su mayor placer era sacarlos del cubito, dejarlos correr por una placita solitaria y volverlos a coger, con la mano o con la red. Y así una y otra vez hasta que yo le decía que ya estaba bien y que el pobre cangrejo también tenía derecho a descansar. Entonces los llevábamos en el cubito hasta la orilla del muelle adonde los soltábamos y ellos se iban corriendo tan contentos al agua. Debían pensar: “¡Uf, de buena nos hemos librado!»