Con todos estos cuidados los jóvenes cigoñinos crecen que se las pelan y al mes y medio ya son tan grandes como sus papis, aunque el pico es marrón y las patas más amarillentas que rojizas. Les gusta hacer ejercicios de vuelo con sus alas a la vez que dan saltos sobre el propio nido. A los dos meses ya empiezan a volar, aunque están otros 15 días más con sus papás, durmiendo en el nido, eso sí, un poquito “apelotonados”.
En cuanto se independizan, las jóvenes cigüeñas empiezan a viajar hacia el sur, lo que hacen en pequeños grupos. Y, tras los jóvenes, van los mayores, que se hacen unos viajecitos de aúpa, las famosas “migraciones de las cigüeñas”. Las que viven al oeste, o sea, las españolas, las francesas y las alemanas (del oeste del río Elba) cruzan hacia África por el estrecho de Gibraltar, pasado el cual se unen a las norteafricanas y vuelan por encima del desierto de Sahara para pasar el invierno en las sabanas de Mali, Senegal y Nigeria. A veces incluso llegan hasta Rhodesia o Sudáfrica.
Las cigüeñas del este de Europa cruzan por el estrecho del Bósforo, atraviesan volando Turquía, Siria e Israel y llegan a África por Egipto. Así llegan a Sudán y otros países del este y sur del continente africano.
Para hacer estos viajes las cigüeñas aprovechan las corrientes de aire caliente que ascienden, lo mismo que hacen otras muchas aves, pero también los aviones de vuelo sin motor o los globos aerostáticos. Por eso aprovechan los estrechos para pasar de un continente a otro, porque sobre el mar océano no hay estas corrientes.
Esto lo hacían miles de cigüeñas al año y hablamos en pasado porque ahora se han hecho menos viajeras y ya hay muchas que no se mueven de donde tienen el nido. ¿Por qué? Pues porque están en países donde se las protege mucho, tienen bastante comida y además los inviernos son cada vez menos fríos.
Por ejemplo en la zona de Miraflores, también muy cerca de Madrid, hay unas poblaciones de cigüeñas estables que son muy felices. Tienen sus nidos por los pueblos de alrededor, sobre todo en Colmenar Viejo, como vimos al principio.
En general las cigüeñas son muy tranquilas, pero también pueden pelearse entre ellas o mejor dicho, entre ellos, porque son los machos los que pueden luchar por el nido si antes de que llegue la hembra llega otro macho que pretende arrebatárselo. Entonces puede haber pelea a picotazos que puede acabar mal. Suele ganar el macho que llegó primero y que era el verdadero “propietario”.
Aunque las cigüeñas viven muy bien en los países europeos, también tienen enemigos, sobre todo el hombre, ¡como no!. Las pulverizaciones de herbicidas y plaguicidas sobre los cultivos contaminan sus alimentos, lo que puede resultar nefasto para ellas. Los productos tóxicos que se vierten sobre las lagunas y los estanques tampoco es que les favorezcan, pero muchas veces el problema es que la zona húmeda desaparece porque se decide desecarla para su “aprovechamiento”.
En África se combaten las plagas de langosta con pulverizaciones de insecticidas desde avionetas, y a nuestras amigas les encantan las langostas, así que se meten en el ojo del huracán sin saberlo. Además en este continente las cigüeñas no son tan respetadas como en Europa, por lo que la caza también puede ser un problema para ellas. Y en sitios teóricamente más “civilizados”, las antenas y los cables de alta tensión aumentan su mortalidad, así como la de otras aves. Es una pena porque, si no les ocurre nada accidental, las cigüeñas pueden vivir más de 20 años.
Aparte de las blancas, hay otra especie de cigüeña bastante parecida pero de colores y costumbres distintas. Es la cigüeña negra, de las que hay pocas en España y muchas más en Europa oriental y central, desde el norte de Alemania y Dinamarca hasta los llamados Estados Bálticos y los Balcanes, habiéndolas también por Rusia e incluso Asia media y central hasta Corea.